ARTE MODERNO MEXICANO
Si hay algo complicado de hacer, es lograr una crítica que no se deshaga en elogios cuando el motivo de la misma, es la exposición de un grande, que, injustamente ha sido relegado a un segundo plano en la plástica de un país, o lo que es más, del lugar que por derecho, debería de ocupar en el panorama internacional del arte.
Y esto sería todavía más complicado, si no fuera porque la exposición a la que nos referimos: Saturnino Herrán: instante subjetivo, está enmarcada, en el que otrora fuera el recinto más respetado y codiciado (Quién sabe si no lo es aun) de la plástica, y en general, de las artes en México.
Artistas importantes mexicanos
Saturnino Herrán Guinchard (Aguascalientes 1887 - Ciudad de México, octubre de 1918), compartió época, probablemente con algunos de los pintores más grandes y atemporales de la historia, prácticamente, toda la generación post impresionistas que resulto en una influencia decisiva en el carácter técnico de su obra, pero no en sus aspectos conceptuales, sino como una velada apropiación de la selección de temas que resolvió con imágenes nacionales, una de las características que vuelven inconfundible su trabajo respecto a la de sus contemporáneos.
Saturnino Herrán: instante subjetivo, nos ofrece 107 piezas del pintor, divididas entre Pinturas de mediano y gran formato, ilustraciones y dibujos, algunos de ellos increíbles ejemplos de lo que un genio puede hacer con un carbón y una hoja de papel.
Saturnino Herrán: instante subjetivo, nos ofrece 107 piezas del pintor, divididas entre Pinturas de mediano y gran formato, ilustraciones y dibujos, algunos de ellos increíbles ejemplos de lo que un genio puede hacer con un carbón y una hoja de papel.
A través de los ojos y las manos de Herrán, el pintor nos ofrece una visión un tanto idealizada del pueblo mexicano; al modo de Ribera (Jusepe de Ribera obviamente), o de Velázquez, toma los “andrajosos” personajes del México cotidiano y, sin necesidad de ubicarles en una mitología ajena (A excepción de Flora), los dota de una personalidad propia de las deidades o los grandes filósofos representados por los, con seguridad, maestros que debió de estudiar Herrán al ser una académico de la, muy venida a menos, academia de San Carlos.
Teresa del Conde, en los fallos anatómicos, obvios según ella, de algunas de las pinturas, puesto que eso es materia de sus maestros que, duramente se lo habrán reprochado, en una época de puritanismo plástico que se tambaleaba ante el arribo de las nuevas técnicas liberales, en las figura de los post impresionistas (Gauguin en especial, influye de un modo considerable en la obra de Herrán), y es que para el espectador promedio, la obra de Saturnino, goza de la más absoluta de las permisiones, no solo por su espectacular técnica pictórica, sino por el hecho de que es uno de los pocos pintores mexicanos “famosos”, que maneja el realismo como una constante en su obra (Me refiero con ello a los pintores de antes de la ruptura) y que no la vuelve una herramienta tediosa como en algunos de sus predecesores, que, si bien su obra es considerablemente “exacta”, no tienen el particular dinamismo del que gozan las piezas de Herrán, ni tampoco esa sensación de espectador casi intimo, que nos confiere como público, en algunas obras más que en otras.
Teresa del Conde, en los fallos anatómicos, obvios según ella, de algunas de las pinturas, puesto que eso es materia de sus maestros que, duramente se lo habrán reprochado, en una época de puritanismo plástico que se tambaleaba ante el arribo de las nuevas técnicas liberales, en las figura de los post impresionistas (Gauguin en especial, influye de un modo considerable en la obra de Herrán), y es que para el espectador promedio, la obra de Saturnino, goza de la más absoluta de las permisiones, no solo por su espectacular técnica pictórica, sino por el hecho de que es uno de los pocos pintores mexicanos “famosos”, que maneja el realismo como una constante en su obra (Me refiero con ello a los pintores de antes de la ruptura) y que no la vuelve una herramienta tediosa como en algunos de sus predecesores, que, si bien su obra es considerablemente “exacta”, no tienen el particular dinamismo del que gozan las piezas de Herrán, ni tampoco esa sensación de espectador casi intimo, que nos confiere como público, en algunas obras más que en otras.
Herrán tampoco se vuelca, sino en sus últimas obras, a la búsqueda del pasado glorioso del pueblo mexicano, no es sino hasta su participación como dibujante en excavaciones prehispánicas, donde comprende, no el imperio azteca como una melancólica visión del pasado fracturada a la llegada del español, sino que lo interpreta como la existencia, profundamente mística, de un Pueblo que vio arrancada su personalidad original, pero que dio paso a otro, fuertemente arraigado a una tradición trasmutada, pero nunca exiliada completamente. Herrán sabe ver cosas como estas, y no es casualidad que, tiempo antes de realizar los bocetos para el mural que debió exhibirse en el teatro de Bellas Artes, (Quién sabe en qué lugar que ahora ocupa alguno de los grandes murales), ya traía al espectador la presencia de la religión como una constante en varios de sus personajes, que se yerguen lastimeros en algunos casos, orgulloso en otros, al lado de una cruz o un rosario o alguna alusión a esa profunda fe que da resistencia, y al mismo tiempo, se vuelve un instrumento para expiar pecados y buscar perdones.
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